jueves, 16 de diciembre de 2010

Confirman ampliación del procesamiento del imputado Carlos Galíán, en la causa ESMA

Se trata de Carlos Galián, alias “Pedro Bolita”. La Sala II de la Cámara Federal porteña rechazó planteos de su defensa y ratificó la imputación por otros dos casos de privación ilegítima de la libertad.

La Sala II de la Cámara Federal porteña confirmó la ampliación del procesamiento de Carlos Galián, alias “Pedro Bolita”, en el marco de la megacausa ESMA en donde se investigan violaciones a los derechos humanos cometidos durante el último gobierno de facto en ese centro de detención.

Galián ya estaba procesado con prisión preventiva por los delitos de tormentos y privación ilegal de la libertad, y ahora la Cámara confirmó la ampliación de la imputación con dos nuevos hechos de privación ilegal de la libertad.

Carlos Galián se desempeñó en la Escuela de Mecánica de la Armada con el cargo de Cabo Principal entre el 17 de diciembre de 1975 y el 18 de junio de 1978. Según ratificaron los camaristas, “diversos testimonios han dado cuenta sobre su tarea como jefe de los guardias y actividades vinculadas a la conducción de los detenidos hacia las salas de interrogatorios, así como su función en la preparación de las víctimas para los ‘traslados’, algunos de los cuales culminaran en los llamados vuelos de la muerte”.

“Si te pensás fugar, te tenés que fugar”

El testimonio de Jaime Dri en el juicio por los crimenes cometidos en el centro clandestino de la Marina

El único sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada que logró escapar relató ayer, en la sala de audiencias de Comodoro Py, su secuestro ocurrido hace 33 años, las torturas que sufrió y cómo consiguió fugarse.
Por Alejandra Dandan

Jaime Dri es el único sobreviviente de la Escuela Mecánica de la Armada que logró fugarse. Esa odisea, que terminó llevándolo a Panamá, empezó con un viaje a la frontera con Paraguay donde los marinos lo llevaron a marcar compañeros. En el juicio oral por los crímenes cometidos en la ESMA, Dri explicó ayer que esa fuga fue una decisión política, pero humana a la vez: no desconocía lo que había pasado con otro de sus compañeros que intentó escaparse del centro clandestino y sabía que los marinos les habían advertido que el próximo intento de fuga iba a significar una muerte colectiva.

“Yo era un diputado peronista con gran representatividad en el Nordeste argentino –explicó–; los que habíamos sobrevivido no éramos perejiles, no quedamos vivos de casualidad, algunos sí, pero la mayoría era gente seleccionada para integrar la centroizquierda en el proyecto de gobierno que pensaba (el almirante Emilio) Massera.” Contó que ese análisis lo “llevó a decir que era una obligación para todo prisionero fugarse”.

Jaime Dri se sentó en la sala de audiencias de Comodoro Py frente a la presencia siempre inmutable del represor Ricardo Cavallo. Arriba lo escuchaba la platea del “club de la pelea”, la tribuna de amigos y familiares de los represores que siguen las derivaciones del debate entre lecturas de novelas policiales, anotaciones y chasquidos detrás de lo que van diciendo los testigos. Al lado del hombre que hasta ahora leía un libro titulado Con un muerto en el placard –y que alguna vez se quejó porque andaba por el cuarto capítulo sin que apareciera ningún muerto– se sentó, como lo hace ocasionalmente, el padre de Cavallo, un anciano con el bastón recubierto en bronce.

“Exactamente ayer –dijo Dri en el arranque– se cumplieron 33 años del día en que el personal del Ejército Argentino y de la Marina, juntamente con fuerzas represivas uruguayas, procedieron a mi detención, si le podemos llamar así, mientras me trasladaba de Montevideo sobre el camino de las playas.” Dri viajaba en un Citroën con Juan Alejandro Barri. Un auto los interceptó, otro los golpeó y volcaron. Intentó correr, consiguió entrar a una casa, pero terminó entregándose, apurado por los gritos aterrorizados de la moradora del lugar, que le pedía por favor que saliera. Dri recibió un disparo en la pierna, la primera herida de una serie de impactos en el cuerpo que iban a marcar su camino por distintos centros clandestinos. Otra bala lo rozó y lo hizo caer. “Ahí lógicamente sentí el calor de la sangre, rápidamente me esposaron con una mano atrás y me cargaron en un auto.” Estuvo secuestrado unos días en Uruguay antes del traslado a la ESMA. Lo tuvieron atado con roldanas, colgado durante horas, recibiendo descargas eléctricas. Alguna vez que la soga se cortó después de varias horas, alguien le dijo: “‘¡Y encima tenés la caradurez de soltarte!’. Imagínese que, aun en esas condiciones, me causaba gracia lo que decían”.

A Buenos Aires llegó en avión con otros prisioneros. Pidió agua durante el viaje, le dijeron que no por los efectos de la picana y esa misma persona le dijo además que no se preocupara: que en el Río de la Plata iba a tomar mucha agua. “Como ven –dijo él–, estoy aquí; en esa oportunidad no me tiraron.”

En la ESMA pasó por la picana y en las primeras horas escuchó al Tigre Acosta, que le pidió que se sacara la capucha. “¿Sabés dónde estás?” Dri dijo que no, pero se había dado cuenta. “Y ahí me da un discurso diciéndome que estábamos en un proyecto político, y me enteré de que Massera quería ser presidente.” Discutieron. Acosta le habló de un plan económico, el mismo plan que Dri todavía escucha repetir cada tanto: le dijo que ellos, los militantes políticos, querían quitarles a los ricos para darles a los pobres, pero que lo que había que hacer era aumentar la torta para repartir más. “Históricamente se probó y está probado –dijo Dri en la audiencia– que aunque la torta crezca, crezca y crezca, son cada vez menos los que tienen acceso a ese crecimiento, en la Argentina y en el mundo.”

Y entonces volvió a la ESMA: “Yo tenía claridad de que no iba a salir vivo de ahí”. Ahí adentro encontró a algunos compañeros que creía asesinados, entre ellos el Beto Ahumada y Nariz, de la Juventud Peronista de Rosario, quien poco después se fugó y detrás de él la Marina emprendió una sangrienta campaña para encontrarlo, lo asesinaron y exhibieron el cadáver a los otros prisioneros. El 24 de diciembre pudieron festejar la Navidad: “Aunque parezca mentira –contó Dri–, nos dejaron sacar las capuchas, pudimos abrazarnos todos los que estábamos en Capucha y me dijeron: ‘Esa que viene es la Gaby, Norma Arrostito’. La Gaby venía con dos bolas porque estaba con grilletes y cadenas en los pies, y nos saludó a todos los que estábamos allí”.

El escape
Dri pasó un tiempo secuestrado en la Quinta de Funes en Rosario. Volvieron a llevarlo a la ESMA. Supo que habían asesinado a Arrostito y de la fuga de Nariz. “Acosta nos reunió a todos en una rueda en el hall de Pecera y nos dijo: ‘Yo quiero saber quién es el próximo Nariz’.” Para sus adentros, Dri se dijo: “Yo soy el próximo Nariz”. Entonces escuchó la amenaza: “Acá no hay próximo Nariz, porque con el próximo Nariz que exista todos se van para arriba”.

Con el tiempo, la Marina montó un operativo cerrojo con los prisioneros para cazar en las fronteras del país a los militantes. “El 9 de julio me tomaba un avión en Aeroparque con destino a Pilcomayo a marcar compañeros que entraban y salían del país.” En ese grupo no estaba solo. Uno de sus compañeros le preguntó, durante una cena, si estaba dispuesto a fugarse. Dri le dijo que no: no sabía si era una trampa o si el otro iba a terminar denunciándolo. Dormían en una estructura de la Marina, a cargo de un soldado. Hasta ahí llegaban las balsas. Una mañana se levantó más temprano que el guardia, empezó a caminar hacia las balsas, pero en el camino se topó con un hombre de Prefectura que se le adelantó y les avisó a los que conducían las balsas que no lo dejaran subir.

“Suelen decir que los momentos de mayor debilidad son los cambios de guardia –dijo Dri–, así que el 19 de julio a la noche me fugué con la llegada del cambio de guardia.” Había llegado el reemplazo. A la nueva guardia le propuso ir del otro lado de la frontera por cigarrillos. Y le aconsejó viajar sin el arma, para no dar explicaciones.

“En la balsa, le puedo asegurar que fue un momento de profunda reflexión; uno finalmente había logrado lo que había estado buscando desde siempre, tenía la posibilidad de sobrevivir y pensaba fugarme.” Sabía que las otras fugas habían fallado, se cuestionó creerse un superhéroe, se acordó de sus compañeros, del Tigre Acosta, y dijo: “Era difícil porque yo estaba vivo, porque ese grupo que estaba en la ESMA me ayudó a sobrevivir, a ser parte de ese engendro que éramos en ese momento los sobrevivientes de Pecera”. Y siguió: “En la balsa me temblaban las piernas y me preguntaba: ‘¿Será el momento? ¿No será apresurado? ¿No será que tengo que seguir?’. Pero dije no: ‘Si te pensás fugar, te tenés que fugar, no busques excusas; o vivís a costa de lo que sea o te fugas’”. Del otro lado del río lo esperaba Paraguay.

martes, 7 de diciembre de 2010

La iglesia de Santa Cruz en el legajo del terror

Una metodologia del poder

Esteban Mango tenía 14 años cuando fue testigo del secuestro de dos personas en la Iglesia Santa Cruz, el 8 de diciembre de 1977. Ante esta audiencia, declaró por segunda vez sobre este secuestro y la reconstrucción histórica que pudo hacer con los años.

A contiuación, Jorge Oscar Pomponi declaró sobre su secuestro en septiembre de 1977, junto con su padre y su cuñado. Fueron llevados a la ESMA luego de pasar por una seccional, y campo de Mayo. El testigo explicó que en esa época trabajaban los tres en la secretaría de inteligencia del Estado. Según él, ese secuestro fue una acción intimidatoria dirigida a su padre quién estaba en contra de algunas prácticas de la época. “Lo que siempre me choco, es que mucha gente dice de no saber lo que ocurría, cuando era una metodología que estaba en la boca de todos los que tenían poder en esa época”, comentó el testigo a la pregunta del defensor del imputado Coronel, sobre “cual era su verdad”.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cecilia De Vicenti, la hija de Azucena Villaflor, fundadora de Madres, en el juicio por la ESMA

“Papá murió de tristeza, esperando”

La desaparición de su hijo Néstor transformó inesperadamente a Azucena en una militante de la búsqueda. Su hija contó cómo se había infiltrado Alfredo Astiz entre esas mujeres desesperadas y cómo organizó su secuestro y desaparición.

Por Alejandra Dandan
Azucena Villaflor fue una de las madres marcadas por Alfredo Astiz, camuflado como Gustavo Niño.

Una de las querellas le preguntó qué era eso que se había olvidado de contar. Algo que tenía que ver con su padre. Cecilia de Vincenti entonces lo explicó. Era sobre una vez en la que se puso a cocinar como lo venía haciendo desde el secuestro de su madre, pero que se le ocurrió hacer todos los bifes que había en la casa. Su padre se enojó mucho pero mucho mucho, explicó. Y le dijo: “Si viene tu mamá, ¡decime qué le vas a dar de comer!”.

Cecilia se había sentado por primera vez en la silla de la sala de audiencias de los Tribunales Federales de Comodoro Py para declarar en el juicio por los crímenes de la ESMA. Estaba ahí para hablar del secuestro de su madre, Azucena Villaflor, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, ante el Tribunal Oral Federal Nº 5, que investiga los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. Hasta ese momento, había pasado uno de los militantes de las Ligas Agrarias, el espacio de trabajo político de la zona de Corrientes al que se sumó la monja francesa Alice Domon.

Cecilia contó después una parte de la historia de su madre, esa que empezó el 30 de noviembre de 1976 con el secuestro de su hermano Néstor. Un grupo de tareas lo secuestró en la casa. Llegaron y lo esperaron porque sólo estaba su mujer. Se llevaron a los dos después de golpearlos, y todavía estaban con vida. Néstor solía llamar todos los días a Azucena o visitarla. Ese día no lo hizo. “Mi mamá se empezó a preocupar.” Un vecino les contó, otro poco lo hizo la dueña del lugar que alquilaban: “Mi mamá a partir de ese momento empezó a estar llorosa y triste, pero a pesar de eso hizo todo: empezó a ir a las comisarías, hospitales, logró que un abogado le firmara un hábeas corpus: la vida de mi mamá cambia, su actividad empezó a ser ir a lugares donde les decían que iban a tener novedades”.

Para el mes de abril se encontró con un grupo de madres y de personas en la Vicaría Castrense. Marcos Zucker estaba muy triste. “Y mi mamá dijo públicamente que deberían encontrarse en la Plaza de Mayo, que era el lugar donde tenía que presentarle a Videla un petitorio para que les dijeran qué estaba pasando con cada uno de los hijos.”

Como una fecha que no se borra ni se cambia, Cecilia repitió la fecha del 30 de abril: era sábado, dijo, catorce mujeres se reunieron en la Plaza de Mayo. “Ahí se dan cuenta de que un sábado no tenía sentido, que debían verse un día de semana; una de las madres dijo que viernes no porque era día de brujas y a partir de ahí se instauró los jueves: todos los jueves se instalaron en la Plaza de Mayo.”

Cecilia iba a la escuela secundaria. En la plaza había cada vez más madres. Alguna vez, ella se encontró con alguna en su casa. Entre ellas, María del Rosario Cerrutti y Nora Cortiñas, charlando y preparando actividades.

“Hasta ese momento mi mamá era un ama de casa que se ocupaba de sus hijos y del marido. Siempre preparaba la comida al mediodía, o la encontrabas cebando mate a la tarde y ayudando con las tareas escolares y extraescolares, pero a partir de ese momento al mediodía me dejaba la comida preparada y salía a tener su actividad. Iban a muchas iglesias a hablar, me acuerdo de Novak en Quilmes.”

Alrededor de octubre, en la iglesia San Nicolás de Bari, le presentaron a Alfredo Astiz como Gustavo Niño. “Le dice que tenía un hermano mellizo desaparecido, que se llamaba Horacio y que su mamá no podía venir a Buenos Aires porque estaba muy enferma.” A partir de ahí, “Astiz se infiltra en las madres, gana cariño porque tiene más o menos la edad de Néstor y de los hijos de las madres, lo cuidaban, le decían que no se expusiera, que los varones mejor era que no vayan, que mejor era ser madre, que a las madres no les va a pasar nada”.

Como lo contó tiempo atrás María del Rosario Cerrutti, un día, mientras preparaban una actividad, Astiz no tenía dónde quedarse a dormir. “Mi mamá le dice a mi papá si se podía quedar en casa porque la actividad era al otro día temprano.” Carmelo dijo que no. De ninguna manera. Que Azucena entraba y salía de la casa, pero que en la casa había una hija adolescente, que no se podía quedar ningún varón.

Cecilia no sabe si fue mejor o peor. Peor, porque si Astiz se hubiese quedado ahora podría reconocerlo. Pero por otro lado cree que así fue mejor: “Haber dormido con un torturador en la casa debe ser terrible”.

En la sala se había sentado Ricardo Cavallo en la línea de acusados. En el piso de arriba, donde suele acomodarse orondamente la flotilla de camaradas, alguien intentaba buscarlo con la vista poco más tarde. ¿Está Ricki?, preguntó. ¿Y, lo ves? ¿Saluda? Esperá, le decía una mujer: esperá que se ponga los lentes.

En octubre de 1977 un grupo de madres cayó en una emboscada. Las subieron a colectivos y las llevaron detenidas a una comisaría. Les preguntaron una por una quiénes eran y qué estaban haciendo. Todas respondieron que estaban buscando a los hijos desaparecidos. Mientras tanto, una madre avisó a la familia. Carmelo fue a buscar a Azucena y empezó a decirle que se tenía que cuidar. “Mi mamá firmaba todo con su nombre y apellido, ponía la dirección de mi casa, mi papá le decía que se cuidara que tenía otros hijos además de Néstor, pero ella decía que no, que tenía que buscar a Néstor y saber qué había pasado con él.”

El 8 de diciembre se hace el operativo en la Iglesia de Santa Cruz en el que secuestran a Alice Domon pero además a dos de las madres, Esther Careaga y María Ponce de Bianco. El 10 iba a salir la solicitada con la primera lista de nombres, apellidos y DNI de las personas que buscaban. Azucena no dijo nada en su casa: “El viernes fue un día con mucha actividad, a la tarde estuvo con mi tía cebando mate, alrededor de las ocho de la noche llegó Aida Sarti y se puso a conversar con mi mamá”. Cecilia y Azucena la acompañaron después a la esquina de Mitre. “La cara de mi mamá no era la misma, tenía los ojos más salidos, cara de preocupación, ojos llorosos, yo esperaba a las diez de la noche porque empezaba una novela de Migré, y le digo: ‘¿Mamá. qué te pasa, estás rara?’”. “Lo que pasa”, le dijo Azucena, “es que se llevaron a un grupo de madres de la Iglesia Santa Cruz pero no sé cómo contárselo a tu padre. A la mañana, cuando te levantes a cebarle mate antes de que se vaya a trabajar, se lo decís”, le dijo su hija. Al día siguiente, su padre se fue a trabajar, Azucena salió a comprar el diario con la solicitada, compró facturas y volvió a la casa. Golpeó la puerta del cuarto de Cecilia: “Me dijo: ‘Nena. ¿qué querés comer?, ¿carne o pescado?’. Yo le dije pescado, y ella me dijo: ‘Qué suerte, así voy a comprar otro ejemplar del diario porque éste salió borroso’”.

A Azucena la secuestraron cuando cruzaba la avenida Mitre. Un grupo de dos autos y ocho hombres la encerró. Trató de resistirse. Un colectivo de la línea 98 intentó parar para ver qué pasaba, pero apuntándolo le ordenaron seguir de largo. La señora que ayudaba en la casa despertó a Cecilia diciéndole que habían “levantado” a la madre. Ella que no entendía que levantar era lo que era, pensó en cambiarse y salir a Mitre para ver un accidente. Y Elvira le dijo: “Se la llevaron a tu mamá como a tu hermano”.

Cecilia levantó los papelitos con los nombres de los desaparecidos que estaban en la casa. Los guardó en bolsas de comprar y los llevó a casa de una vecina abajo de dos botellas por si llegaban a buscarlos. Entre los papeles estaba el nombre de Horacio y Gustavo Niño.

Carmelo murió antes del retorno de la democracia. Nunca supo qué pasó con Azucena. María del Rosario los visitaba los sábados a la tarde, les contaba novedades y Carmelo se sumó los jueves a las rondas de las Madres. “No podía soportar la vida sin mi mamá –dijo Cecilia–: todos los días creía que iban a venir, que se la habían llevado para darle un susto porque no tenía militancia más que en la búsqueda de saber qué había pasado con sus hijos, así que se muere de tristeza.” Era habitual encontrarlo a las tardes sentado en la puerta de casa, mirando a la avenida Mitre, llorando y esperando que Azucena volviera.

En ese ir y venir del juicio, alguien le preguntó a Cecilia poco más sobre su madre. Le dijo “perdón por la pregunta, pero ¿cómo era su madre?” Era un abogado de la querella. Cecilia contó cómo organizaba en el barrio a los vecinos para conseguir cosas como el gas natural o que cuando desapareció Néstor levantó firmas entre los vecinos para que le ayudaran a decir que era un muchacho trabajador, buen vecino y solidario. “Creo que así fue, que lo que hizo por Néstor lo hubiese hecho por otros: era mujer de armas tomar, que no se iba a quedar quieta.”

Continúan los testimonios

 “destrozaron a una familia entera”

Mabel Mirna Fernández fue la niñera de José Hazan. Declaró ante el tribunal sobre el secuestro de José y su esposa, Josefina Villaflor, así como los otros integrantes de la familia Villaflor. José y Joséfina habían tenido a Celeste Hazan quién fue llevada con ellos a la ESMA y liberada a los dos días. Muy emocionada, la testigo evocó las llamadas telefónicas de José y sus visitas. José vino acompañado de “Serpico”, una “persona joven, que no hablaba mucho y que era muy fría”. La testigo reconoció a “Serpico” en las fotos de Cavallo cuando fue extraditado desde Méjico.

Cuando José vino a visitarlos, Mabel pudo estar a sola con él un momento. Ahí él le dijo “que le cuidara mucho a la nena”. “Le pregunte como estaba, me dijo estaba bien. Pero no me voy a olvidar nunca la tristeza de sus ojos. Me dijo que no lo esperábamos, podían pasar meses, años”.

Al concluir su declaración Mabel declaró “todo lo que dije es cierto, es lo que vi, lo que pasó. A raíz de todas estas historias, el papa de José se murió. El hermano de José se enfermó de un brote psicótico. La mama de José tuvo que luchar con un hijo enfermo y el marido que se murió. Destrozaron una familia entera. Y a mi también. Porque yo tengo problemas de salud a raíz de esto.”

A continuación declaró Tito Alberto La Penna, reportero gráfico quién presenció la entrevista de Thelma Jara de Cabezas para la Revista “Para Ti” en 1979. Reconoció las fotos que saco y que fueron publicados en la revista al ser exhibido ante la audiencia el artículo. El testigo se había quedado muy impresionante porque era la primera vez que conocía a una mujer que busca a su hijo. El artículo sobre Thelma se intituló “habla la madre de un montoneros muerto”.

Por último, declaró Alfredo Ayala sobre su secuestro y cautiverio en la ESMA. El testigo relata su secuestro como un operativo de gran magnitud, con helicópteros y una gran cantidad de personas. También es secuestrada su compañera, quién no tenía nada que ver con la militancia de Alfredo. Es secuestrada y llevada a la ESMA donde permanecerá durante un mes.
Alfredo era obligado a realizar trabajos de construcción y de carpintería adentro de la ESMA y al exterior. Así fue llevado a la Isla del Silencio en el Tigre para la reparación de dos casas, donde fueron llevados los detenidos al momento de la visita de la Comisión interamericana a la Argentina. El testigo también contó como montaron una empresa de construcción destinada a reparar las casas robadas por el grupo de tarea de la ESMA al momento de secuestrar a las víctimas. El testigo también fue obligado a trabajar sobre la reparación y la construcción de sótano de la ESMA y de la parte llamada “El dorado” y “los Jorges”.

En su declaración Alfredo se refirió a varios compañeros de cautiverio. También evocó las salidas obligatorias a las que eran llevados algunos detenidos, las visitas a la familia.

viernes, 19 de noviembre de 2010

“Nos quisieron volver locas, no pudieron. Porque si esa es la locura a la que llegamos, que bueno seguir peleando”

Azucena Villaflor y su hijo
Hoy declararon dos madres fundadoras de la agrupación Madres de Plaza de Mayo. Brindaron su testimonio sobre el secuestro de la Iglesia de la Santa Cruz y la infiltración de Astiz en su grupo, pero en realidad hicieron mucho más que eso: dieron una verdadera lección de historia y de lucha.

María del Rosario Carballeda de Cerruti empezó su declaración con el relato de la desaparición de su hijo el 10 de mayo de 1976. Mientras emprendía su búsqueda, conoció a otras mujeres en la misma situación y unieron sus fuerzas para avanzar de forma conjunta. En junio o julio de 1977, el general Harguindeguy las recibió y les prohibió reunirse en la plaza: a partir de ahí empezaron a marchar. En ese momento, un joven que dijo llamarse Gustavo Niño comenzó a asistir a las reuniones en Plaza de Mayo. Las madres le advirtieron que no se quedara porque corría peligro, ya que tenía la edad de sus hijos desaparecidos. El nombre de Gustavo Niño apareció en la solicitada publicada el 10 de diciembre de 1977.

La testigo presenció el secuestro de Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco en la Iglesia Santa Cruz. El secuestro de las monjas francesas, de otras integrantes de Madres de Plaza de Mayo y de familiares provocó mucha confusión. Sin embargo, decidieron seguir adelante y publicar la solicitada por la cual habían luchado tanto. Continuaron yendo a la plaza y nunca dejaron de ir. La testigo explicó: “Veníamos de sufrir los secuestros de nuestros hijos, la angustia crecía todos los días. Ya nos seguían por todos lados, nos llamaban por teléfono. Entrar a la plaza ese día fue trágico. Estábamos atemorizadas.”

Además declaró Aída Sarti de Boga. Su relato junto al de Nora Cortiñas y María del Rosario de Carballeda, permite reconstruir los primeros meses de la creación de Madres de Plaza de Mayo. Aída recordó que empezaron a usar la palabra “desaparecido” recién después de que Videla la use él, en un discurso.
Según ella, Azucena Villaflor sabía que iba a ser secuestrada e hizo todo para protegerlas. Les distribuyó a todas las madres un poema de Mario Benedetti intitulado “Hagamos un trato”. El día anterior a su secuestro, le dijo a Aída “ Si yo faltó, ustedes sigan”.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Epitafio

E. E. M. 19 de octubre de 1925 / 8 de noviembre de 2010
 
 Por Juan Sasturain

Aquí yace, acostado, el almirante
que murió hace justo una semana.
El que mató a quien se le dio la gana
está acá, con los pies para adelante.

Aquí yace un asesino, caminante,
que hizo y deshizo con la soberana
bendición de la espada y la sotana.
Insúltalo, si no lo hiciste antes.

Aquí yace Massera, el genocida
con apellido que fue marca de helados
y sombreros. La puteada consabida

y este amargo epitafio demorado
se lo dejamos, grabado de por vida
y de por muerte: no hemos olvidado.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Denuncian violaciones en la ESMA

Un sobreviviente del centro de detención acusó en el juicio al represor Ricardo Cavallo de violar y abusar de las prisioneras.

Buenos Aires  Un sobreviviente de la ESMA denunció hoy la "violación sistemática" y el "abuso sexual" de prisioneras y acusó por uno de esos casos al represor Ricardo Miguel Cavallo, alias Marcelo.
Cavallo fue el único de los represores que estuvo presente en la audiencia de ayer del juicio por los crímenes cometidos en ese centro clandestino durante la dictadura militar.
"A las compañeras secuestradas en la ESMA les costó mencionar públicamente esta situación, pero sé que luego de 30 años se han animado a contarlo ante los estrados judiciales", remarcó Ángel Strazzeri.
Al respecto, sostuvo que "la metodología utilizada por los oficiales era sacarlas del campo de concentración para concretar el abuso".
Strazzeri dio cuenta del caso de una secuestrada a la que habían alojado cerca suyo en el sector conocido como "Capucha", a quien identificó como "Mariana". "Siempre me llamó la atención lo retraída que era. Después, con los años y con la información que circulaba, pude saber que había sido violada y que el oficial Cavallo había abusado de ella en la pecera".
Además, mencionó el caso de una pareja de ciudadanos uruguayos, a quienes conoció como "Teresa y José", para dar cuenta de las sucesivas violaciones a las que era sometida la mujer por parte de los guardias más jóvenes. Este caso ya había sido mencionado por otros testigos durante el juicio.
Antes, la testigo Ana María Soffiantini brindó un valioso aporte para la acusación, al ratificar haber visto en el sótano de la ESMA a las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet.     

viernes, 12 de noviembre de 2010

Entrevista a Myriam Bregman, abogada de Patricia Walsh, querellante en la Causa ESMA y miembro de Justicia YA!



¿Por qué fue citado Bergoglio?

MB: Fue citado a declarar en la causa ESMA en el tramo que se está tramitando actualmente ante el Tribunal Federal Nº 5 por un centenar de casos y contra 18 represores que integraron la patota de la ESMA, entre los que están el Tigre Acosta, Astiz y Ricardo Cavallo.

Su testimonio fue solicitado tanto por el Dr. Zamora como por nuestra querella. En la Orden de los Jesuitas él era superior de los curas Jalics y Yorio, quienes fueron secuestrados en un megaoperativo en la Villa 1.11.14 del Bajo Flores el 23 de Mayo del ‘76. Los catequistas que colaboraban con ellos habían sido secuestrados algunos días antes.

Una testigo relató que esos sacerdotes interpretaron que la actitud de Bergoglio hacia ellos creó un clima de desamparo que los dejó a un pie del secuestro. Los habían sacado de la Orden, les habían dicho que abandonen el barrio, e incluso les habían sacado las licencias para dar misa. Bergoglio los fue dejando sumamente expuestos; fueron secuestrados y llevados a la ESMA, donde permanecieron detenidos-desaparecidos por casi seis meses. Asombrosamente, durante todos estos años Bergoglio no declaró ante tribunal alguno, a pesar de no ser el primer juicio en que se lo menciona.

¿Por qué Bergoglio declaró en el Arzobispado y no en los tribunales?

MB: No quería declarar en forma personal, y el Código Procesal se lo hubiera permitido. Nosotros nos opusimos por tratarse de privilegios inaceptables cuando se están tratando delitos de lesa humanidad. Se terminó adoptando una salida intermedia: si bien no declaró por escrito, tuvo que dar testimonio en la sede de la Curia el lunes 8.

¿Bergoglio aportó datos concretos que sirvan para avanzar en la causa?

MB: No, en absoluto. Contradijo lo que había dicho la testigo anterior y trató de justificarse, aunque tampoco con demasiado énfasis. Más bien trató de hacer una defensa formal diciendo que al enterarse que habían sido secuestrados los sacerdotes informó a sus superiores, tanto de la Orden Jesuítica (estando Arrupe, el General de los Jesuitas, fuera del país), como al máximo exponente de la jerarquía eclesiástica, el cardenal Aramburu.

Hizo algunas afirmaciones muy graves, como que dos o tres días después del secuestro de los curas, él ya sabía que estaban en la ESMA. Algo que hasta el día de hoy ni muchas Madres de Plaza de Mayo, como Nora Cortiñas saben respecto de sus hijos, a pesar de su intensa búsqueda. Relató que se entrevistó con Videla y Massera, pero bastante tiempo después. También reconoció que cuando Jalics y Yorio fuero liberados le contaron que quedaba gente secuestrada en la ESMA, y tampoco hizo nada. Incluso le pregunté si cuando Jalics y Yorio declararon en el Juicio a las Juntas él los había acompañado, y respondió que no, que ni siquiera había leído el testimonio.

Le preguntamos cuándo se enteró que había chicos desaparecidos y contestó “hace poco, hará diez años…”. Increíble.

Con respecto a los archivos de la Iglesia ¿surge alguna posibilidad de acceder a ellos?

MB: Tanto Zamora como nosotros pusimos mucho énfasis en que debe aportar toda la documentación que la Iglesia posea en relación a estos casos. Afirmó que todas las gestiones e informes a sus superiores se hicieron oralmente, pero igualmente le solicitamos que entregue todos los archivos que posea, y dejamos constancia ante el Tribunal que pediríamos otras medidas suplementarias en el caso que esta documentación no sea aportada a la brevedad.

Es así que podemos concluir que la actitud reticente de Bergoglio a contestar y lo acotado de sus respuestas tienen coherencia con la línea de silencio y ocultamiento adoptada por la jerarquía eclesiástica desde el ‘84 a esta parte.

¿Qué otra cuestión queda por resaltar respecto de este tema?

MB: El miércoles 10 declaró como testigo Nora Cortiñas, fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Se trata de un testimonio histórico, porque relató desde las gestiones que hicieron frente al Papa, hasta cómo Kissinger armó el Plan Cóndor en Estados Unidos. Fue un testimonio impresionante; contó como Azucena Villaflor (quien luego sería secuestrada con un grupo de Madres de Plaza de Mayo en diciembre del ‘77) acudía en busca de ayuda a Monseñor Grasselli, en la Iglesia de Stella Maris. Grasselli llenaba fichas con los datos de los desaparecidos, dejando entrever que sabía quién vivía y quién no. A partir de esto solicitamos que el ex Vicario Castrense sea citado a declarar.

Ante la muerte de Massera, en el marco de los juicios de la causa ESMA ¿cuál es tu reflexión?

MB: Massera murió condenado pero impune, porque a pesar de estar condenado desde el Juicio a las Juntas y que su indulto fuera anulado, estaba en libertad. Justicia Ya! venía reclamando que sea traslado a una unidad carcelaria. Nunca en todos estos años un fiscal o un juez se animó a concretar este pedido. Creo que Massera se llevó secretos de enorme valor que tiene que tienen que ver con el destino de los desaparecidos y con los chicos apropiados. A la vez hay cientos de oficiales y suboficiales que reportaron en la dictadura bajo sus órdenes, que hoy siguen estando en la Armada. Eso también es la herencia de Massera.

Un dato significativo: Massera murió en el Hospital Naval, en el hospital de la fuerza, cuidado por sus pares.
(Entrevista realizada por La Verdad Obrera-PTS)

Ana María Soffiantini vio en la ESMA a Norma Arrostito, a Madres y a las monjas francesas

“No se los deseo ni a los asesinos”

La secuestraron cuando estaba cruzando la calle con sus hijos, un bebé y otro que apenas caminaba. Recordó ante el tribunal la Navidad de 1977 en la que apareció Massera de uniforme y toda su patota. El aliento de sus compañeros para que no se quebrara.
     
 Por Alejandra Dandan
Al final de la hilera, Ricardo Miguel Cavallo, uno de los integrantes de la patota juzgados.

Ana María Soffiantini entró a la ESMA secuestrada el 16 de agosto 1977. Desde su libertad no estuvo en Capital, dijo, no se encontró con nadie, no leyó muchos libros y no hizo ese trabajo de reconstrucción de otros sobrevivientes. Ayer en la sala de audiencias de Comodoro Py contó, sin embargo, su historia cargada de detalles. Entre otras escenas, la Navidad de 1977, el día que ubicaron a un grupo de secuestrados en la parte ancha de la entrada a la Pecera. “Ahí aparece el máximo asesino que desgraciadamente o felizmente está muerto –dijo–: entró Massera vestido de blanco, acicalado, impecable, también Chamorro, Astiz y los marinos a decirnos Feliz Navidad, cosa que creo –agregó– fue la Navidad más negra de mis días, de todos los compañeros, ver a ese asesino ahí adentro.” Después de ahí, Massera, cree, fue a ver a Norma Arrostito.

El día del secuestro, ese 16 de agosto, Ana María estaba en un departamento de la calle Fragata Sarmiento y Juan B. Justo. A eso de las diez o las once de la mañana, bajó a hacer las compras a una verdulería para el almuerzo de los hijos. María apenas caminaba y Luis era un bebé de menos de un año. “Cuando estoy por cruzar la calle con ellos –dijo–, se abalanza violentamente un grupo de hombres al grito de Montoneros, que era la manera para que la gente se quedara impactada, me sacan a Luis de los brazos y a María la levantan, me dan una trompada, me agarran los brazos, me dan patadas en las piernas, no sé si me esposan, me meten en un auto.” Ella no sólo pudo registrar los gritos de su hija, sino a los hombres de la patota: Alfredo Astiz, Fragote (Carlos Orlando Generoso), Angosto (Pedro Osvaldo Salvia), Bicho (Carlos Pérez), Chispa (Gonzalo Sánchez), Héctor “Selva” Febres, dijo: “Nombres que después escuché muchas veces”.

La hicieron sentar en un banco duro con la capucha. Escuchó ruido de máquinas o de música. Levantó la cabeza con la capucha, vio que en el pasillo medio celeste había un cartel: Avenida de la Felicidad, decía.

La desnudaron y empezó la tortura. Alrededor, los nombres de los represores que ella soltó en tiempo presente: Selva; Trueno (Antonio Pernías), un morocho, transpirado; el Duque (Francis Whamond), el Tigre Acosta que entra y sale. Le dijeron que si no decía quién era iba a pasarle lo que les pasaba a los que estaban ahí: que estaba en la ESMA. Sintió la picana en las plantas de los pies. “Una situación que es terrible, porque la situación en general es terrible, lo que nos motiva a no hablar, no se lo deseo a nadie, ni a los asesinos.”

Contra una pared estaba colgado el organigrama de Montoneros, con la estructura, la columna norte, la sur, la oeste. A ella la ubicaban ahí. Lo negó. Llevaron a una compañera: “Ana María Martí –dijo–, con grilletes y cara desencajada, y sus ojos hermosos que eran rojos de llanto, y que con unas palabras muy dulces me dice que aguante, y les dice a ellos que no me conoce, que no me hagan nada, que ella conocía a mi compañero”.

Su compañero ya no estaba. Lo habían secuestrado el 20 de octubre de 1976. Whamond le dijo en esa tortura que lo habían matado por no colaborar y ella iba a seguir el mismo destino. En ese momento, llevaron a Norma Arrostito. Ana María nombró una y otra vez a ese cuadro político de Montoneros. Norma, dijo, “estaba engrillada, demacrada, y se me acerca, me agarra el brazo, me dice que resista, que no diga nada, con palabras muy especiales, como que sea lo que sea, íbamos a morir, y yo que la tengo en lo más íntimo de mi corazón y siempre la había respetado, eso me empujó a decir que sí, me convencí de que el destino iba a ser la muerte”. No sólo los golpes o el espanto, se había convencido de que estar ahí era estar en el infierno: “Un nivel desconocido, una dimensión espantosa”.

Como sucedió con otros, al otro día la vistieron, le pusieron una frazada de la ESMA y la llevaron a su departamento. No tenía las llaves. De un empujón rompieron y abrieron la puerta. Sus padres estaban adentro, horrorizados: “Yo me desprendo de los marinos, tenía los grilletes, las manos encadenadas y me tiro sobre mi madre: le digo que estoy en la ESMA y que la Gaby (por Norma Arrostito) está viva”. En el departamento revolvieron todo, pero además le dieron vuelta el bolso. Se le cayó la pastilla de cianuro, ellos no se dieron cuenta. “Cosa que me tranquilizó –dijo– porque yo alegaba no estar donde ellos decían que yo estaba.”

Ana María empezó a trabajar tiempo después en el sótano porque suponían que sabía hacer fotos. Trabajar, dijo ella, es una forma de decir porque no trabajaban, eran mano de obra esclava. La bajaban al sótano todos los días aunque, aclaró, que eso de los días no lo sabía: “No sabíamos cuándo era de día o de noche porque estábamos siempre con luces artificiales”. Desde un tocadiscos sentían la sucesión de los discos, las canciones de Mercedes Sosa y Serrat. Y una puerta que se cerraba o se trancaba cuando había revuelta o picanas o torturas, y los marinos los protegían porque los suponían parte de un programa de recuperación, que ella y sus compañeros aceptaron sin ponerse de acuerdo, sabiendo que era una simulación. Debía revelar y copiar fotos. Luego, diagramar. Le pidieron el dibujo de un camión para una de las empresas que los marinos habían montado.

En la puerta de ese espacio siempre había un guardia. Algunos rotativos, otros habituales. Aparte de matar, dijo, hacían huevo. Entre ellos, estaba Ernesto Frimón “220” Weber. “Ahí me entero de que 220 había participado de la muerte de Rodolfo Walsh”, dijo. Y otro día, una de las veces en las que Alfredo Astiz ocupó esa silla para hablarles de su espíritu cristiano, supo del operativo en la Santa Cruz. “Nos enteramos de que estaban haciendo un trabajo de inteligencia ingresando a un grupo de familiares de los desaparecidos en una iglesia, después supe que era la Santa Cruz. Para el 8 de diciembre, hubo un gran revuelo y empiezan a ingresar gente, y volvemos a pasar por todas las situaciones de horror que eran habituales escuchar en el sótano.”

Esa noche la llevaron a dormir a capucha, como siempre. Al otro día, cuando bajó, la agarró Héctor Coquet, uno de sus compañeros, y le dijo: “Mirá lo que han hecho estos hijos de puta: están torturando a las madres y religiosas”.

Desde una pizarra ubicada al costado de la sala, Ana María se puso a hacer el dibujo de planos y de calles. Desde un cuartito de baño en construcción, al lado de la Huevera, se ponen a mirar por un pedazo de aglomerado roto: “Yo veo a dos mujeres, y un hombre al lado, estaban muy demacradas, y una más delgada que otra, y con un cartel atrás que decía Montoneros”. Y dijo: “Y a Selva golpeando con algo como una manguera gruesa, que es como la de las aspiradoras, vestido de color rosa claro, y un compañero que estaba ahí para sacarle fotos”. Supo después que eran las monjas francesas, porque alguno de los compañeros que tenían acceso a los diarios lo leyeron publicado en la prensa. “Sé que estuvieron ahí un tiempo, pero no mucho, no mucho.”

Más adelante mataron a La Gaby, el nombre de Norma Arrostito. Ana María se la encontró justo cuando bajaba de Capucha a trabajar con otro de sus compañeros. “Al lado de los baños, estábamos esperando el ascensor para bajar y aparece el Tigre Acosta como loco.” Había un enfermero y otros marinos, y ahí, entre los “verdes”, el Tigre Acosta que decía: “¡La Gaby se muere! ¡Se nos va! ¡Se nos va!”. Y, dice ella, “aparece con La Gaby en una camilla”. A los gritos pidió por una de sus compañeras, Jorgelina. Le dijo, vamos, vamos. “Y pensamos que ya estaba muerta, pero parece que todavía no, la vemos color azul grisáceo y se la llevan en el ascensor, nosotros nos quedamos parados, helados: no podíamos creer lo que veíamos, fue un silencio eterno para todos.”

El relato siguió. Ana María siguió hablando. Ya habían pasado otros dos testigos. La audiencia había comenzado con un sonido de música molesto en los parlantes. A esa altura, sólo hablaba Ana María. “El horror que pasábamos ahí nos marcó definitivamente nuestras vidas y nuestras familias –dijo–: no les deseo a los que están siendo juzgados acá, que pasen el horror, deseo que se haga justicia.”

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Nora Cortiñas. de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, declara en la causa ESMA

La historia de la infiltración de Astiz

Habló de la desaparición de su hijo, de su propia búsqueda, de la complicidad de la Iglesia y de la actitud de los medios de comunicación. Relató el acercamiento de Astiz a las Madres y los secuestros en la iglesia Santa Cruz.

 Por Alejandra Dandan

Nora Cortiñas juró por los treinta mil desaparecidos decir toda la verdad ante el Tribunal Oral Federal Nº 5 que juzga los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. Como nunca, repasó las de-satinadas respuestas de los grandes diarios a los pedidos de las Madres de Plaza de Mayo en los primeros meses de la dictadura, y criticó la perversa postura de la Iglesia argentina, a la que mencionó como “partícipe de la dictadura”. También habló del secuestro de su hijo, y de uno de sus muchos comienzos. En el momento en el que se sentó frente a otra compañera de búsqueda, en un bar de la Avenida de Mayo, la miró y le preguntó cuánto hacía que estaba buscando a su hijo. “¿¡Ocho meses!? –se sorprendió–. ¿Y cómo no te volviste loca?” La otra le dijo simplemente que no: “Tenemos que seguir, y no nos volvemos locas porque tenemos que buscar a nuestros hijos”.

El represor Ricardo Cavallo estaba plantado frente a su computadora como en cada audiencia. No estaba ninguno de los otros represores del principal centro clandestino de la Marina. Ni tampoco los camaradas que suelen acompañarlos desde la platea alta desparramados entre las sillas, entre cuchicheos y sornas sobre lo que van diciendo los testigos. La sala destinada al público en cambio estaba repleta, y en silencio. El secretario del tribunal leyó la provocadora resolución con la que empieza cada día: prohibidos están adentro los disturbios o manifestar de cualquier modo opiniones o sentimientos. Sí, sentimientos.

Apenas empezó, Nora Cortiñas dijo que estaba ahí porque uno de sus hijos, Carlos Gustavo, está desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Era estudiante de ciencias económicas, y militante de la Juventud Peronista. Cortiñas fue convocada al debate oral por el juicio de la ESMA como testigo por la infiltración de Alfredo Astiz entre las Madres de Plaza de Mayo y el secuestro del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, entre los que estaba la monja francesa Alice Domon. Pero para llegar a ese momento, explicó su propio recorrido, las gestiones en la comisaría de Castelar, una visita al obispo de Morón, Miguel Raspanti, los hábeas corpus. “Empezamos toda esa vida de búsqueda, día a día, permanente, de la mañana a la noche, de la madrugada a la otra madrugada, yendo del Ministerio del Interior a la oficina de ese monseñor Emilio Graselli, que tenía sotanas y botas.” Graselli, cuya presencia como testigo fue pedida al término de la audiencia, “nos hacía volver cada quince días y de repente decía: ‘Acá me aparece una crucecita roja, que quiere decir que a lo mejor está muerto’. Y a la otra semana, me dice: ‘A lo mejor lo sacan limpito y lo llevan a marcar algún amigo a la calle, pero está cuidado, y le darán comida, ¡quédese tranquila señora!’”. Y ella dijo: “¡Eso lo hacía un monseñor!”.

Un pariente le dijo que un grupo de madres en la misma situación se estaba reuniendo en la Plaza de Mayo. Conoció a Azucena Villaflor, a María Adela Antokoletz y Ketty Neuhaus, entre otras. Poco después entendió que la búsqueda iba a ser larga. “Quizá el propósito de esta gran represión era que nos volviera locas, pero no nos volvimos locas porque cada día tuvimos más trabajo.”

“Hacia junio o julio de ’77 –dijo– apareció un hombre joven que tendría la edad de nuestros hijos, apuesto y muy deportivo, decía que era hermano de un desaparecido y nos quería traer su testimonio.” Ellas le decían: “Andate de acá que es peligroso”. No querían que las acompañaran ni sus otros hijos porque tenían miedo de que se los llevaran. Pero el joven insistió. “Caminaba en el medio de nosotras, nos agarraba del brazo, y nosotras éramos muy ingenuas, todavía somos un poco ingenuas.” Se presentó como Gustavo Niño, y algunas veces llegaba con una chica muy pálida, muda, calladita, que presentó como su hermana. Les dijo que sus padres eran de Mar del Plata, que por eso no estaban ahí. Las madres estaban preparando una solicitada con un listado con los nombres de los desaparecidos.

“Tenía que llevar nombre de madre y padre y documento. Nos encontrábamos en la puerta del zoológico, en una Iglesia, en distintos lugares públicos para que no se notara.” A la plaza, mientras tanto, iba la monja Alice Domon. En esas rondas, dijo, Gustavo Niño tenía predilección por Azucena, se le aparecía en la casa y alguna vez pidió quedarse a dormir.

En Clarín no les publicaban textos con nombres. Para juntar el dinero, un grupo de familiares empezó a reunirse en la Santa Cruz, cuyos sacerdotes fueron solidarios. “Es un lugar que nada que ver con la Iglesia que tenemos, que fue partícipe de la dictadura –dijo–, que entró en los campos de concentración, que entró en la tortura; Bergoglio que entregó a los propios sacerdotes, o sea que la cúpula de la Iglesia, salvo cinco obispos, todos tuvieron que ver, todos permitieron que se robaran a los nietitos y después se oponen al aborto.”

Llegó el día de redactar la solicitada. El 8 de diciembre, Nora fue con Azucena y Carmen Lapacó a la iglesia María Betania. Alice Domon y María del Rosario Carballeda de Cerrutti se fueron a la Santa Cruz. Esa noche, en casa de los Mignone, se reunió un grupo a terminar con las listas. “Serían las nueve de la noche o diez –dijo–, tocan timbre, aparece María del Rosario desencajada muy mal, descompuesta. Gritaba: ‘¡Se las llevaron, se las llevaron’!”

Ese 8 de diciembre, la Santa Cruz estaba llena. Se llevaron a nueve personas. Gustavo Niño estaba ahí, y Nora supo que había besado a las madres, y que con eso las estaba marcando. En medio del pánico, dijo, se fueron a la casa de otra de las madres a terminar con las listas.

A las diez de la mañana del día siguiente se reunieron en la puerta del diario La Nación. Estaban Azucena, María Adela y Nora, entre otras. Dijeron que iban a poner la solicitada. “El empleado mira y dice: ‘No, señoras, esto así no podemos recibirlo, tiene que ser tipeado’. ¡Eran 804 nombres!” Su esposo trabajaba como intendente del Ministerio de Hacienda y Economía. Lo llamó. “Mirá, Carlos”, le dijo, “sucede algo terrible: no nos ponen la solicitada si no está a máquina”. Tres empleados del ministerio lo ayudaron a transcribirla. Cerraron la puerta con llave. Ellas se fueron y volvieron después. Pero no les querían aceptar el dinero porque tenían billetes chicos y monedas. Finalmente, la solicitada salió.

Al otro día, secuestraron a Azucena.

“Yo les digo una cosa, señores jueces –dijo después–, qué terrible esa represión: se llevaron a los hijos, a los hijos de esos hijos, ¡y llevarse a las madres que buscaban a sus hijos!”


En relación a la Iglesia, manifestó : "Todos permitieron que torturaran a las embarazadas pero ahora se oponen al aborto"

Nora Cortiñas, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, acusó al arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, de "entregar" a los sacerdotes jesuitas Orlando Dorio y Francisco Jalics, quienes todavía se encuentran desaparecidos, y responsabilizó a la "jerarquía católica y política" por despreciar la vida.

martes, 9 de noviembre de 2010

El fiscal pidió la derogación de los privilegios procesales para la Iglesia

El fiscal Félix Crous, titular de la Unidad de Asistencia para Causas por Violaciones a los Derechos Humanos, cuestionó hoy que "un ministro de un culto goce de semejantes privilegios", en referencia a la norma del código procesal mediante la cual el cardenal Jorge Bergoglio testimonió ayer en su despacho de la Curia en el marco del juicio por violaciones a los derechos humanos en la ESMA.

"Son jerarquizaciones simbólicas anacrónicas para una república democrática", afirmó Crous en declaraciones a Télam en las que sostuvo que "debería derogarse" el artículo 250 del Código Procesal Penal que concede ese "tratamiento especial".

Esa norma identifica a los funcionarios públicos que están exentos de acudir a los tribunales para declarar como testigos y en uno de sus párrafos alude a "los altos dignatarios religiosos" quienes podrán hacerlo "en su residencia oficial" donde deberán trasladarse los jueces.

Ayer los integrantes del Tribunal Oral Federal 5 concurrieron al despacho del titular de la Conferencia Episcopal para escuchar su testimonio en el juicio que se lleva adelante por los delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionaba en la ESMA.

"Me causa mucha impresión que días atrás el general Carlos María Marturet, Jefe de la Dirección 1 del Estado mayor General del Ejército haya venido a declarar al juicio del Vesubio, personalmente y sin uniforme, como un ciudadano más, honrando la igualdad republicana, y en cambio un ministro de un culto goce de semejantes privilegios", analizó Crous.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Murió el genocida Massera. Aire más limpio

Había sorteado varios juicios en su contra y estaba condenado a perpetua al anularse los indultos de Menem.
El dictador Emilio Eduardo Massera estaba internado en el Hospital Naval, donde falleció alrededor de las 16 de un paro cardíaco. Junto con Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti formó el primer triunvirato del Golpe militar de 1976, que pocos días después del 24 de marzo designó como primer presidente de la dictadura a Videla, y fue el responsable directo del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA, en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, hoy transformado en Museo de la Memoria, por donde pasaron alrededor de 5000 detenidos desaparecidos.
          
El dictador fallecido hoy a los 85 años encabezó con Videla y Agosti el golpe del 24 de marzo de 1976, que instauró el terrorista de estado en la Argentina. En el Juicio a las Juntas fue condenado, en 1985, por tres homicidios, 12 casos de tormentos, 69 privaciones de libertad y siete robos. Indultado en 1990 por el entonces presidente Carlos Menem, volvió a prisión en 1998 por el robo y apropiación de bebés nacidos en cautiverio. Mientras lo protegió ese indulto, el juez español Baltasar Garzón imputó a Massera por el delito de genocidio y pidió su captura internacional, por lo que el marino no pudo salir del país ya que se habría expuesto a la misma suerte que el dictador chileno Augusto Pinochet, detenido en Londres y luego extraditado a Chile.

La Corte Suprema confirmó en agosto último la nulidad de los indultos menemistas y Massera -en prisión domiciliaria hasta su internación en el Hospital Naval- afrontaba además desde 2009 un juicio en ausencia en Roma por el asesinato de tres ciudadanos italianos en la Argentina. El mismo tribunal de Italia también investigó su pertenencia a la logia Propaganda Dos, en la que figuraba como miembro número 478, según la comisión parlamentaria que investigó en Italia a esa organización "criminal" de ultraderecha ramificada en varios países.

En los últimos años, Massera alternó la prisión domiciliaria con internaciones por un accidente cerebro vascular, sufrido en 2002, y un infarto en febrero del año pasado. Por pugnas internas, Massera abandonó la Junta militar en septiembre de 1978, unas semanas después de la aparición del diario Convicción, redacción donde obligó a trabajar a varios detenidos-desaparecidos secuestrados en la Escuela de Mecánica.

Además del exterminio de opositores, el nombre de Massera está asociado al secuestro y asesinato de Helena Holmberg, agregada de prensa de la embajada de la dictadura en París, y también de dos empresarios. El dictador abrigaba todavía la ilusión de un "masserismo" en 1982 durante la Guerra de Malvinas, ese escape hacia el abismo del que reclamaba, con escaso disimulo, la autoría intelectual desde las tapas de su diario.

En enero de 1983 intentó candidatearse para las elecciones presidenciales que marcaron el retorno de la democracia pero en junio de ese año fue detenido por la Justicia Federal en la causa que investigó la desaparición de un empresario.

Massera nació en Paraná (Entre Ríos) el 19 de octubre de 1925 y en 1942 comenzó su carrera en la Armada, de la que pasó a ser su máximo jefe en 1973.

El cardenal Bergoglio que tanto sabe, ahora casi no sabe hablar....

El cardenal Bergoglio se mostró "reticente" en su declaración


El abogado querellante en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura militar, aseguró ayer que el titular de la Conferencia Episcopal, Jorge Bergoglio, "mintió" y se mostró "reticente" al declarar en la causa que investiga la desaparición de dos sacerdotes jesuitas.

"Cuando alguien es reticente está mintiendo, está ocultando parte de la verdad", manifestó Luis Zamora, ex diputado nacional y abogado querellante en la causa, al término de la audiencia que se desarrolló en el despacho del cardenal Bergoglio en la Curia metropolitana.

Bergoglio prestó declaración ayer ante el Tribunal Oral Federal 5 en relación a la desaparición de los sacerdotes jesuitas, Orlando Dorio y Francisco Jalic, llevados a la ESMA cuando éste se desempeñaba como principal de la Compañía de Jesús en el país en épocas de la dictadura militar.

En declaraciones a la prensa efectuadas luego de presenciar la audiencia, Zamora hizo hincapié en las "pocas precisiones" que ofreció Bergoglio en su declaración y en ese sentido, argumentó que "nunca las cosas tenían nombre y apellido ni hubo constancias escritas de lo que él (por Bergoglio) decía".

Para Zamora, el cardenal "no pudo justificar por qué esos dos sacerdotes quedaron en una situación de desamparo y expuestos", al tiempo que aseguró que con el testimonio de Bergoglio "ha quedado demostrado en forma muy contundente el rol tan siniestro de la Iglesia", durante la última dictadura militar.

Asimismo, Zamora no descartó que la querella pida constatar los archivos de la Iglesia para cotejar los dichos de Bergoglio en cuanto a que toda la información que él había recibido entonces sobre la suerte de los dos sacerdotes secuestrados la había retransmitido a sus superiores de la Iglesia Católica.

En la mirada de la querella, Bergoglio tuvo una actitud "pasiva" frente al secuestro de los dos sacerdotes jesuitas llevados a la ESMA cuando éste se desempeñaba como principal de la Compañía de Jesús en el país.

En ese sentido, Zamora puntualizó que el cardenal habría mantenido esa actitud, pese a que una vez liberados, los sacerdotes jesuitas "le describieron (al cardenal) todas las torturas y tormentos a los que fueron sometidos" en el principal centro clandestino de detención de la última dictadura.

"El camino siempre era el de la reserva y el de las instancias internas de la Iglesia", dijo Zamora, quien argumentó Bergoglio cuando el tribunal lo interrogó sobre cómo se buscó amparar a los curas por parte de la jerarquía de la Iglesia.

El abogado detalló además que el cardenal contó que había aconsejado a los curas "que se cuidarán al salir y que no caminaran solos, después de haberse enterado de que habían estado secuestrados".

Zamora subrayó además que le "sorprendió" que sea la primera vez que Bergoglio declara en una causa por delitos de lesa humanidad y agregó que si el cardenal "contaba con información sobre lo que ocurrió en la ESMA debería haberse presentado antes en la Justicia".

"Bergoglio reconoció que nunca había hecho una denuncia judicial al respecto y que lo que hizo en favor de los curas era todo lo que se podía hacer por ellos", completó Zamora.

La declaración de Bergoglio fue pedida el pasado 23 de septiembre por el abogado Luís Zamora luego de la declaración ante el tribunal de María Elena Funes, una catequista que estuvo desaparecida en la ESMA.

Al declarar como testigo en el caso del secuestro y desaparición de las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, Funes dijo que los curas jesuitas Orlando Dorio y Francisco Jalic fueron secuestrados y llevados a la ESMA luego de que Bergoglio, entonces superior de la orden en la región, les quitó la protección.

Ambos religiosos vivían y realizaban su labor pastoral en la villa miseria porteña del Bajo Flores bajo la "opción por los pobres".

Bergoglio fue citado como testigo por el tribunal pero el jefe de la Iglesia Católica argentina se amparó en el artículo 250 del Código Procesal Penal de la Nación que establece que los altos dignatarios oficiales "no estarán obligados a comparecer" ante un tribunal.

A este tratamiento especial fue sometido el cardenal Bergoglio quien prestó su testimonio ante los jueces del TOF 5 y las partes en su despacho de la Curia Metropolitana contiguo a la Catedral.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, declarará el lunes por la causa ESMA

El cardenal declarará el lunes en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA, confirmaron fuentes del Tribunal Oral Federal 5 a cargo de la causa. El arzobispo de Buenos Aires deberá comparecer en torno a la desaparición de dos sacerdotes jesuitas llevados a ese centro clandestino de detención.

La audiencia se realizará a las 11 de la mañana y no será pública, ya que el tribunal y las partes concurrirán para escuchar el relato del arzobispo de Buenos Aires en la Curia metropolitana.

La declaración de Bergoglio fue pedida el pasado 23 de septiembre por el abogado Luís Zamora luego de la declaración ante el tribunal de María Elena Funes, una catequista que estuvo desaparecida en la ESMA.

Al declarar como testigo en el caso del secuestro y desaparición de las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, Funes dijo que los curas jesuitas Orlando Dorio y Francisco Jalic fueron secuestrados y llevados a la ESMA luego de que Bergoglio, entonces superior de la orden en la región les quitó la protección.

Ambos religiosos vivían y realizaban su labor pastoral en la villa miseria porteña del Bajo Flores bajo la “opción por los pobres".

Bergoglio fue citado como testigo por el tribunal pero el jefe de la Iglesia Católica argentina se amparó en el articulo 250 del Código Procesal Penal de la Nación que establece que los altos dignatarios oficiales “no estarán obligados a comparecer” ante un tribunal.

En esa situación se ubican el presidente y vicepresidente de la Nación, los gobernadores y vice de provincias; ministros, legisladores nacionales y provinciales, oficiales superiores de las Fuerzas Armadas y "los altos dignatarios de la Iglesia".

El segundo párrafo de dicho articulo especifica que, según la importancia que el juez atribuya a su testimonio y el lugar en que se encuentren, "aquellas personas declararán en su residencia oficial, donde aquél se trasladará, o por un informe escrito" bajo juramento.

A este tratamiento especial será sometido el cardenal Bergoglio quien prestará su testimonio ante los jueces del TOF 5 y las partes en su despacho de la Curia Metropolitana contiguo a la Catedral.

En el operativo en que ambos religiosos fueron secuestrados intervino personal uniformado, en tanto la testigo atribuyó a Bergoglio haber enviado a un cura de reemplazo que oficiaba misa en el momento en que llegaron los militares y ni siquiera fue interrogado.

Durante la audiencia de hoy declaró otro de los sobrevivientes de la ESMA, Arturo Osvaldo Barros, quien denunció que una isla del Delta a la que fueron trasladados los detenidos de ese centro de detención ilegal durante la visita de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA (CIDH), "fue adquirida por uno de los miembros del Grupo de tareas a la Iglesia Católica".

domingo, 31 de octubre de 2010

Continúan testimonios

Yvonne Pierron se presentó como “misionera francesa en argentina, de una congregación: el instituto de las misiones extranjeras”. Yvonne trabajaba con Alice Domon alias “Cathie” en Perugoría. También conocía a Leonie Duquet, quién trabajaba en Morón.

Cuando el Dr Mendez Carrera le pidió que identificará a las monjas francesas en una fotos sacada adentro de la ESMA, la testigo se exclamó ““Oh la la”, era Cathie y Leonie. Las dos hermanas nuestras. Pero si se ve que fueron torturadas.”

La testigo explicó su compromiso y el de las otras hermanas para los derechos de todos y en particular los derechos de los que menos tienen. Antes de terminar, explicó “tanto Cathie que Leonie, ellas nunca tuvieron nada que ver con ningún movimiento que existían. Y que nosotros como religiosas misioneras, es esta nuestra vocación. Ser uno mas del pueblo. Y estar atento a la necesidad de uno. De preferencia los más humildes y pobres. Los más explotados en algunas provincias. No podemos negar que hay explotación de personas por personas. Eso no podemos negar. El desgraciado existe. Seguimos luchando para el bien del pueblo, no?”

A continuación declaró Eva Yuhtman, madre de Ariel y Luis Daniel, ambos desaparecidos secuestrados en la ESMA. Eva relató ante el tribunal las circunstancias de la desaparición de sus dos hijos. Los hermanos Aisemberg llamaron a casa de sus padres diciendo que estaban detenidos pero que estaban bien. Luego del 28 de marzo de 1977, no volvieron a llamar.

Además declaró Adela Beatriz Mordasini sobre su secuestro y cautiverio en la ESMA y en el Atlético. Adela fue secuestrada junto con su novio de la época Carlos Figueredo. Ella no tenía militancia política. Él había tenido militancia política en el segundario en Uruguay. Además de explicar con detalles las condiciones de detención en la ESMA, la testigo contestó a la pregunta de la fiscalía si llevaban grilletes y esposas: “Todo el tiempo. Aun para ducharnos. Tuve que aprender como sacarme la ropa interior con grilletes puestos”.

Por último declaró Edgardo Schapira sobre la desaparición de su hermano Daniel Schapira y su cautiverio en la ESMA según lo que pudo leer en los libros publicados que lo mencionaron. Se refirió a su secuestro y él de su esposa Andre yankilevich.

Testimonios sobre secuestro y desaparicion de Jorge Caffati

“No se hacía otra cosa en esta casa que mirar el teléfono”

La primera testigo de la audiencia María Adela Pastor era la “compañera sentimental” de Jorge Caffati, cuya desaparición es objeto de este juicio. Varios testigos relataron anteriormente el cautiverio del Turco Caffati en la ESMA. Hoy María Adela explicó cómo estuvo secuestrada el 18 de septiembre de 1978, y llevada a la ESMA. La testigo empezó su relato diciendo:“yo era la mujer y la compa en la vida de jorge caffati. Decir esto significa compartir la vida, los afectos, los sueños, los deseos de justicia, libertad y amor por mi país y mi pueblo. Voy a describir sucesos de 32 años.” María Adela prosiguió el relato relatando su secuestro junto con “Graciela” y “el cabezón”: “Antes de llegar a la esquina, nos interceptan 3 vehículos, una camioneta, dos automóviles, con varios hombres vestidos de civil…con armas cortas y largas. Conmigo en acento trasero, me ponen una venda en los ojos y una capucha. Durante el trayecto me preguntan si soy la mujer de Jorge Caffati. Me muestran una foto grande de cuando Jorge cuando tenía 20 años”.

María Adela se da cuenta luego que Jorge Caffati esta también secuestrado en la ESMA. Reconoce su voz que le dice “ “te quiero mucho, segui creyendo en la gente que todavía queda gente derecha”: ahí recién me doy cuenta que era Jorge. Me llevan a un lugar donde me acuestan en el suelo, se escucha una puerta metálica, mucho ruido. Un guardia le dice a otro, a quienes no tienen que darnos agua. Me dan numero y un nombre.”

“Pasan horas, me vienen a buscar y me llevan a un cuartito, escuchó la voz de jorge que les pide que me dejen sacar la capucha. Mandaban a comprar naranjas. Jorge pide un cigarrillo. Lo veo a Jorge cuando me saco la capucha, cadena en los tobillos, camisa celeste limpia, pantalón oscuro y sonríe. Yo lloro y él sonríe. Pide acercarse. Lo acercan. Quedamos casi pegados unos al otro. Y nos podemos tocar las manos, nos podemos abrazar y hasta dar un beso. El turco me dice “estoy escribiendo, voy por el año 62/63, voy a tratar de escribir algo lo más largo posible”… me dice “Pintate píntate”. La verdad que la cara era de cadáver, cuando me pude ver en un espejo.”, continuó la testigo.

La testigo fue liberada a los 12 días de detención junto con Graciela. En cuanto a Caffatim relato sus llamadas telefónicas: “Habían dicho antes de sacarme que Jorge iba a llamar por teléfono al domingo siguiente y así fue. Jorge llamo por teléfono a la casa de la paternal, 9 veces en total. En 7 oportunidades en el mes de octubre…El grupo familiar estaba prendido al teléfono. No se hacía otra cosa en esta casa que mirar el teléfono. En alguna de esta habrá atendido su mama. Otra vez atendí yo. El tono de la llamada era un tono positivo. Se lo escuchaba bien, sereno. Eran conversaciones de lo cotidiano. Decir que había escuchado motivo musical que tratemos de escuchar. 7 llamados en octubre. En el mes de noviembre primera semana, un llamado donde hablaba de la posibilidad que vayan a otro lado. Pide ropa para ir no se adonde. La última vez que llama del mes de noviembre, era diferente, apagado. Tono de voz casi triste donde ninguna señal de expectativa, donde no se habla de visita, ni de ropa. Fue el ultimo llamado.” “Malena” también evocó a otros compañeros de militancia que fueron secuestrados en la ESMA, “el grupo villaflor”.

José Martinez era compañero de militancia de Caffati. Ante la audiencia explicó las últimas 24 horas de libertad del turco, cuando no llego nunca a la cita “el cabezón” y que María Adela no volvió a casa. Relató así como dejo el Turco a casa de su madre, luego de haberse reunido varias veces para evaluar lo que convenía hacer antes esta situación alarmante. En la cuadra alrededor de la casa, habían 2 Ford falcón con gente esperando. Martínez evocó el militante Caffati, el romántico Caffati, él a quién le gustaba “los perdedores”. Se refirió a su integridad, “La vida de caffati era la vida de un militante en serio. Creía en el hombre nuevo y quería aproximarse como ejemplo de vida a lo que debía ser ese nombre nuevo. Era un romántico. El escape del era el romanticismo.”

Por último declaró Roxana Salomane, testigo presencial del secuestro de Angela Aguad, en la Iglesia Santa Cruz. La testigo tenía 7 años al momento de los hechos pero pude reconocer a Astiz como uno de los que estaba presente.