jueves, 12 de septiembre de 2013

Testimonio de Marianella Galli, hija de Enrique Galli,

Las caídas de la agencia clandestina
Enrique Galli era marino y participó de un alzamiento en el que se denunciaban los planes represivos. Fue echado de la Marina. Integró Montoneros y pasaba información a la agencia Ancla, que conducía Rodolfo Walsh.

Marianela Galli se fue del país luego de encontrarse en un café con Astiz. Volvió, en gran parte, por los juicios.

Por Alejandra Dandan

El 12 de julio de 1977, la Marina secuestró a Enrique Galli, su mujer Patricia Flynn, su hija Marianela, de un año y medio, y a la abuela Felisa Violeta Wagner. De todo el grupo sólo sobrevivió Marianela: luego de tres días en la ESMA, la dejaron en el edificio de una tía, con una bolsa y una carta de sus padres. Sus secuestros son investigados en el juicio oral de la ESMA como parte de la avanzada de los marinos sobre Ancla, la agencia de noticias clandestina liderada por Rodolfo Walsh. Enrique Galli había estudiado en la Escuela Naval; en 1972 participó del levantamiento de un grupo de guardiamarinas peronistas que denunciaba el uso de técnicas represivas en la formación militar, y en 1974 lo expulsaron de la Armada. Integró la JP, Montoneros y pasaba información para Ancla sobre lo que ocurría dentro de la Armada.

Su hija, Marianela, ahora es socióloga. En 1998 decidió irse del país después de encontrarse con Alfredo Astiz a las tres de la mañana en la cafetería en la que trabajaba de mesera. Astiz era varias cosas: represor, todavía estaba impune y era un antiguo compañero de promoción de su padre. “Entra a tomar un café y eso lo sentí como un hecho de impunidad que me afectó bastante, y fue una de las razones por las que decidí migrar a otro país: por ese episodio y por la crisis económica”, dijo Marianela el lunes, cuando declaró en el juicio. “Una de las razones principales de mi regreso –agregó– son estos juicios.” El presidente del TOF Nº 5 le preguntó más tarde si necesitaba decir algo más. “Que espero que se condene a los represores con todo el peso de la ley”, dijo ella. “Que el Nunca más haga bien firme las condenas, que esto no perjudicó sólo a mi familia, sino a todo el pueblo argentino. Y estoy muy orgullosa de mi padre, de su lucha dentro de las Fuerzas Armadas. Que mi padre no tiene manchas de sangre en el uniforme como todos estos imputados. Y que espero justicia.”
Enrique

Enrique hizo la Escuela Naval a partir de 1968. Se graduó como parte de la “promoción 100”, que estaba integrada por personajes en el futuro mal recordados: Alfredo Astiz, Ricardo Cavallo, Carlos Guillermo Suárez Mason (hijo) y Rodolfo Oscar Cionchi. Pero también tuvo de compañeros al grupo que organizó el alzamiento de guardiamarinas, entre los que estaba Julio César Urién. Para 1971, las Fuerzas Armadas recibían en la instrucción militar las bases teóricas de la Doctrina de Seguridad Nacional y de la escuela francesa. Aprendían métodos de tortura, hacían simulacros de tomas de fábricas y, como lección, veían La Batalla de Argel, recordó Marianela en mayo de 2010, cuando se presentó a declarar en el primer tramo del juicio. “El y un grupo de compañeros estaban en desa-cuerdo con la educación que recibían, se negaban a reprimir a su propio pueblo, a la gente que reclamaba por sus derechos”, hasta “que llegó un momento en el que se agruparon, tomaron contacto con organizaciones civiles y el 17 de noviembre de 1972 se sublevan contra esas prácticas represivas”.

Durante ese “levantamiento de la ESMA”, Galli estaba en la Base Naval Puerto Belgrano en Bahía Blanca y Urién en la ESMA, que fue el epicentro. “Este grupo no tuvo el éxito esperado, pero la idea era demostrar la disconformidad con el plan sistemático y represivo que se estaba desarrollando en la Armada.”

Tras el episodio los detuvieron a todos. En 1973 los liberaron. En 1974 los expulsaron de la Armada.

En ese contexto siguieron en contacto con organizaciones populares, incluso para pensar el rol que debía darse la Armada. Ingresaron a la Juventud Peronista y Montoneros. Galli, que era una “persona algo religiosa”, tuvo contacto con los Curas del Tercer Mundo.

En mayo de 2010, y también ahora, le preguntaron a Marianela especialmente por Ancla, la serie de secuestros que están en este juicio e incluyen a Walsh. “Participó como informante en la agencia clandestina que montó Rodolfo Walsh para dar a conocer todas las atrocidades que estaba cometiendo la dictadura cívico-militar”, dijo ella. “Y él fue informante en temas relacionados con las Fuerzas Armadas. Como tenía conocimiento, él sabía cómo era adentro. Mi padre luchó tanto dentro de las Fuerzas Armadas como afuera, no paró ni un minuto; en ese sentido siempre dio lo máximo.”

En ese espacio enumeró a otros integrantes secuestrados en la ESMA, cuyos nombres empezarán a verse caso por caso en las audiencias: “A raíz de testimonios de terceros o lecturas de libros sobre este tema, supe que Sergio Tarnopolsky colaboraba en la agencia y fue secuestrado junto a toda su familia. También Lila Pastoriza. (Carlos) Bayón, colaborador de Ancla. Luis Villella, Adolfo Infante Allende y su esposa Gloria (Kehoe), que eran amigos personales de mis padres”. También, dijo, Eduardo Suárez y su esposa (Patricia Villa), y el mismo Rodolfo Walsh. La lista de víctimas de este secuestro que se trabaja en el juicio incluye a Norma Batsche Valdez y a Diana García.
Los secuestros

Patricia Flynn era profesora, trabajaba en una fábrica dando clases a personas sin escuela y militaba en la JP. Felisa era secretaria ejecutiva de una empresa que era proveedora de la Armada. El 12 de junio de 1977 estaban en la casa de ella. “Vienen dos autos con personas civiles y detienen a mi papá en la puerta. Suben al departamento y nos llevan a mi abuela Felisa Violeta Wagner, a mi papá, a mi mamá y a mí.”

A su padre lo llevaron primero a una casa operativa del Servicio de Inteligencia Naval (SIN). Luego estuvo en Capuchita. A Marianela la mandaron tres días después a la casa de su tía Mónica: como no encontraron a nadie, dejaron con el portero a la niña, con una bolsa y una carta. El portero la entregó a la comisaría. Y la comisaría, a la Casa Cuna. Finalmente, el 16 de junio, su tía la reencontró. “En esa comisaría se abrió una causa por abandono contra mi mamá, cosa que después no tuvo curso porque, obviamente, no fue abandono.”

La carta era de sus padres: ponían a la niña al cuidado de esa tía y daban las indicaciones para un tratamiento traumatológico que ella hacía por un problema en la cadera. Días más tarde, sus padres lograron llamar. Querían saber si Marianela había llegado y si había recibido la libreta de vacunas. “Ella (su tía Mónica) le contó que yo estaba bien, siguiendo con el tratamiento, que estaba en definitiva con ellos, y mi mamá le contó a mi tía que estaba embarazada. Mi tía le dijo: ‘Espero que esto pueda resolverse pronto, que puedas salir de donde estás y que puedas disfrutar de tu embarazo’. Mi mamá se echó a llorar, se cortó la comunicación y nunca más volvieron a comunicarse.”

jueves, 5 de septiembre de 2013

Los hermanos Vasallo hablan del secuestro de su familia y del operativo de captura de Julio Roque

Crónica de una cacería en Haedo

Dos hermanos, que en ese entonces tenían 14 y 10 años, cuentan el operativo de las Fuerzas Armadas, el refugio en la casa de unos vecinos y su estadía en la ESMA junto a su madre. El rol de los medios de comunicación.

 Por Alejandra Dandan

Los Vasallo eran de Córdoba. Elvio Vasallo había armado cooperativas y militaba en el movimiento “político-peronista Montoneros”. Le decían el Tío. Varios meses después del golpe de marzo de 1976, perseguido por el Ejército, cargó a su esposa y a sus dos hijos “con lo puesto” en una furgoneta Fiat 125 con la que llegaron a Buenos Aires. Deambularon por “hotelitos del centro”, pasaron a Luján y lograron establecerse en una casa de dos pisos en la calle El Ceibo, de Haedo. En mayo de 1977 ahí vivían Elvio, su compañera Ada Nelly Valentini y sus dos hijos: Alejandro, de 14 años, y Julio César, de 10. Para entonces refugiaban a Julio Roqué, “Lino”, también de Córdoba, integrante de la dirección de Montoneros. Para Alejandro y Julio César, Roqué era un hermano, “un hermano mucho más grande, pero un hermano”. El 29 de mayo, a eso de las ocho de la noche, preparaban la cena. Julio César, el más chico, salió a la calle a comprar un paquete de figuritas. Afuera se preparaba una nueva cacería.

“Voy a contar el antes, el durante y el después”, dijo Alejandro Vasallo, el mayor de los hermanos, en el juicio a los marinos de la ESMA. Arrancó en Córdoba, la peregrinación a Buenos Aires y Haedo. “El lugar era un chalet de dos plantas. Hacía poco que estábamos ahí. Ese día íbamos a cenar y mi papá hace un llamado, no sé si atiende Julio o mi mamá, y nos dice que se va a demorar porque había chocado el auto, andaba en un vehículo nuevo, una Renoleta 4 L. Mi hermano salió al kiosco y no volvía. Habrá pasado una media hora, y salimos a buscarlo: mi mamá, yo y Lino a ver qué pasaba. Así nomás”, dijo. “Cuando salgo, veo que avanza gente de todos los costados, gente de civil. Había vehículos. Era una cosa terrible. A mi hermano no lo pude ver. Lo que hago es no ver: perdí la visión de mi mamá y de Lino y corro solo. Entro a la casa de un vecino. Nos tiramos en el piso del baño muy chiquito, porque volaban pedazos de mampostería, se escuchaban helicópteros, explosiones, tenía un susto terrible.”

Su hermano Julio César escuchaba sentado en la sala de audiencias. Había declarado antes. A esa altura, él oía los mismos estallidos desde adentro de una ambulancia donde lo había encerrado una de las patotas de la Armada. En la sala, cerca de él, entre las sillas casi vacías, una de las mujeres suspiró. “¡Qué barbaridad!”.

Mientras tanto, Alejandro seguía escondido en casa de esa “gente”. Ellos no sabían adónde caían las balas. “Pero yo sabía”, dijo él. “Tenía miedo, pensé que seguramente se había muerto mi mamá o Lino. No sabía qué había pasado con mi hermano. Me tuve que contener, morder: en esa casa no dije nada, la gente decía que eran guerrilleros que venían de tal zona y yo, por dentro, pensaba que no era así, era una sola persona la que estaba en casa. ¡Yo sabía que era una sola persona! No como publicó Clarín al otro día. Tengo una fotocopia que traje acá y dice que ‘mataron a 16 extremistas’. Lino llegó a estar en la vereda completamente desarmado.”
La construcción del enemigo

Uno de los ejes de la audiencia fue nuevamente la publicación de las noticias en los diarios de la época, la propaganda del régimen y la expansión de sentidos que eso producía.

Roqué en la mirada de Alejandro estaba desarmado. En la página de Roberto Baschetti aparece defendiéndose en una casa rodeada, entre otros, por “una tanqueta”, “ametrallada desde el aire con un helicóptero artillado”. Y, luego “de un intenso tiroteo y ya sin balas, optó por hacerse explotar una bomba con el doble fin de no caer con vida y dificultar su identificación a los represores”. En una versión se defiende, en la otra no, pero en las dos está solo. Pero al otro día, Clarín publicó: “Habrían perecido 16 extremistas en el enfrentamiento registrado en Haedo”. En el interior se lee la película que la propaganda militar insistía en hacer correr. Y además de la propaganda, aparecen guiños de verosimilitud como el de que los cronistas hicieron “una recorrida en la zona”.

“Se desconoce el número de víctimas que arrojó el violento enfrentamiento ocurrido anoche en Haedo –dice el artículo en el primer párrafo–, en donde fuerzas combinadas sorprendieron a un elevado número de subversivos que aparentemente celebraban una reunión clandestina y que se resistieron con armas al procedimiento por espacio de dos horas y media.” Aun cuando “está en duda” el número, “entre 16 y 20 el número de sediciosos abatidos, al tiempo que también se ignora si hubo bajas en las fuerzas legales”.

El artículo señala que para proteger al niño más chico, las fuerzas lo pusieron en una ambulancia cuando, en realidad, eso fue la primera parte de un largo secuestro que incluyó a todos los Vasallo. Un hecho sobre el que, por otra parte, no se dice nada.

En las audiencias del juicio, los artículos de la época (no sólo los de Clarín) son revisados en dos direcciones. En medio de la clandestinidad, de aquellas “noticias” pueden inferirse elementos de prueba como las fechas de los operativos. O en ocasiones los nombres de los secuestrados. Pero el cotejo continuo de los diarios arroja a la vez sistematicidades en torno del modo de construcción de las noticias. Entre otras, éstas donde aparece la insistencia en la lógica del “enfrentamiento”; la construcción de los militantes en términos de “subversivos”, “extremistas”, “violento” y planteando un supuesto escenario de un numeroso combate de 16 o 20 personas cuando lo que había en esa casa, y a esa hora, era otra cosa.
Los niños en la ESMA

Alejandro estuvo durante unas horas refugiado en la casa vecina hasta que pasó a buscarlo un “agente de civil” con un perro y una escopeta cortita. “Me hizo caminar, doy la vuelta, cruzo por el frente de donde era mi casa, la verdad es que no miré”, y en realidad no miró más porque nunca volvió a esa casa. “En la otra esquina había una ambulancia.” “Subí, estaban mi mamá y mi hermano. Mi papá, no.”

Elvio Vasallo estaba secuestrado. Había caído durante el supuesto accidente que en realidad fue una emboscada. Roqué llegó muerto a la ESMA. Según la elevación del juicio “habría sido quemado en la caldera u horno de la cocina del Casino de Oficiales”. Con la ambulancia en viaje, Alejandro escuchó los gritos de uno de los represores. “Me decía que si yo sabía que había explosivos en la casa para explotar la manzana entera. Estaba con mucha adrenalina, yo le decía que no vi explosivos. Sí Montoneros, sí de política, que yo la tenía asimilada con mis 14 años. En esa ambulancia me ponen un antifaz con una capucha. Y mi mamá gritando que nos iban a matar, que nos iban a matar. Esa fue la peor parte.”

Ada y sus hijos pasaron unos veinte días secuestrados. Cuando llegaron a la ESMA, “había gritos, era todo una locura. Oía pero no se veía nada, insultos, gritos. No era un silencio de iglesia, sino al contrario, muchísima gente que evidentemente había participado del operativo”. Pasaron unas horas en “una piecita con dos camas” y los subieron por unas escaleras. “Permanentemente estuve en el piso, sobre colchonetas blancas, gruesas, tenían manchas de sangre. Sobre unas paredes había agujeritos, me acuerdo de que me tiraba al piso para alcanzar los orificios que estaban al ras del piso y me daba cuenta de si era de día o de noche”, dijo Alejandro.

Uno de los “verdes”, jovencito –“si yo tenía 14 años, él debía tener 15 o 16”– se le acercó con un “tablerito de ajedrez”. Una de las piezas, “la torre o el alfil era blanca, y eran de miga de pan, yo no creo haberlo usado”, pero le pareció como un “esparcimiento”.

Cuando los liberan, paran a un taxi, le dan plata al taxista para que los lleve a Morón y “por suerte nos lleva a lo de mi tía”. Pasaron un tiempo entre casas de distintos parientes hasta que se fueron al campo. Un año y medio mas tarde, Elvio empezó a comunicarse. Con el tiempo, salió en libertad. Declaró entre otras ocasiones en el juicio a Héctor Febres, el primer juicio oral de la ESMA frustrado por la muerte del prefecto antes de la condena. Murió antes de este juicio.